Los Tumularios eran demonios, espíritus
terribles y torturados, cuyos cuerpos habían sido destruidos y que buscaban
otros cuerpos en los que habitar. Huyeron desde el reino brujo de Angmar, en una
desesperada búsqueda de un lugar donde esconderse de la terrible luz del sol.
Se establecieron al oeste del río
Brandivino, en las Quebradas de los Túmulos, el terreno funerario más antiguo
de los hombres en la Tierra Media. Allí, las colinas se encontraban coronadas por monolitos y grandes anillos de
piedras de color de hueso, los túmulos funerarios construidos en la Primera
Edad del Sol para los reyes de los hombres. Así, el que fuera durante muchas
edades un lugar sagrado y reverenciado, se convirtió en un lugar maldito
y temido.
Los Tumularios estaban hechos de una sustancia de las tinieblas que aplastaba la voluntad. Podían cambiar de forma y podían animar a cualquier forma de vida. Los Tumularios se aparecían frecuentemente con el aspecto de un oscuro fantasma, de ojos luminosos y fríos, con una voz horrible, pero hipnótica.
Una vez bajo el efecto del sortilegio de los
muertos vivientes, la víctima no tenía voluntad propia y el Tumulario la
llevaba a su tumba de tesoros en las Quebradas, donde la depositaba en un altar
de piedra y la ataba con cadenas de oro. La envolvía en las raídas ropas y en
las preciosas joyas de los muertos de antaño, y acababa con su vida utilizando
una espada de sacrificios.
Estos espíritus eran poderosos en la oscuridad y sólo podían ser destruidos cuando se los exponía a la luz. Cuando se abría una cámara de piedra, la luz se derramaba sobre los Tumularios y éstos se desvanecían como la niebla ante el sol y desaparecían para siempre.
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